sábado, 22 de febrero de 2014

Ramen


Esta tarde en continuo zapping, fb, iphone, lecturas varias, me encontrè ya empezada en el canal Fox con una "comedia" que no tenìa pinta de nada, salvo estar filmada en Japòn y por la died Brittany Murphy, una chica que siempre encontrè adorable en sus actuaciones.  Se llama "The Ramen Girl", y aunque no pensaba verla, me quedè pegada (http://es.wikipedia.org/wiki/The_Ramen_Girl).

Es la historia de una chica, Abby, que va a Japòn a encontrarse con su novio, y èste la deja (por lo que entendì y leì despues), y se queda sola en este paìs extraño deprimida y sin saber que hacer.  Cuento (no tan) corto, entra llorando a un pequeño restaurant donde le sirven una sopa de fideos, carne y verduras llamada "Ramen".   Sigue yendo a este lugarcito famoso por esta sopa, atendido por un matrimonio japonès, y ve como esta comida tiene la magia de hacer sentir feliz a gente que esta triste, y se hace el firme propòsito de que el dueño, un japonès malhumorado, le enseñe a hacer el Ramen.  Se pasa la mayor parte del tiempo lavando platos, limpiando baños, etc., onda Karate Kid, tratando de hacerle entender en ingles que ella solo quiere aprender a cocinar.  El maestro, su esposa y los que van al lugar solo hablan japonès.  Conoce a un chico japonès, tienen un romance, y el chico debe irse a otro lugar "porque es su deber, es su cultura", y queda triste y sola de nuevo: "no puedo creer que me pasò otra vez".

Con el tiempo el maestro le da la oportunidad de cocinar, pero cada vez le hace entender que su sopa no tiene espìritu, y que debe cocinar con el corazòn y no con la cabeza.  Cuando ya èl ve sus intentos sin resultados, la lleva donde su madre (una viejita japonesa), quien en un dialogo donde logran entenderse, le dice que cocine con amor.  Abby llorando le dice "yo no se que es el amor, cada vez que lo tengo, se va, desaparece, y todo lo que me queda es dolor y tristeza".  La viejita le dice: "Empieza por poner las làgrimas en tu caldo".  Y ahora si que cuento corto y final hollywood, la chica logra hacer una muy buena sopa, el maestro la nombra su sucesora, vuelve a america, pone un restaurant de Ramen, donde aparece su chico japonès, y happy the end.

So, siempre he pensado, he tenido la convicciòn de que a falta de un buen amor, una pasiòn nos puede hacer (salvar) la vida (tambien sin falta de idem, of course).  Una pasiòn es hacer "eso" que nos fascina, puede ser una actividad, profesiòn, un hobbie, vocaciòn, arte, algo que sabemos vinimos a hacer en esta vida y nos completa, algo muy nuestro donde crecer, y sobre todo disfrutar a mil.  Yo siempre creì que la mia era escribir, pero me he pasado la vida buscando excusas, y aunque si escribo, aquì, en cuadernos desde siempre, no le logrado, podido (querido), tomarlo en serio (un libro finalmente, eso es en serio?).

Me he pasado la semana ante la pàgina en blanco del blog, en blanco yo tambièn, sin saber sobre que escribir.  Mi excusa actual es el duelo de amor, uno crecido y fortalecido, pero duelo al fin, y mi negativa de hablar (escribir) de dolores como lo hice alguna vez, porque el aprendizaje es que es un pantano en el que buscas la nostalgia, en el que le das mas alimento, y por ende demoras mas en salir.  Es dificil a veces, cada vez menos por cierto, hacer un Ramen con làgrimas sin quedarte atrapada en tristezas.

Hay tanto por lo que agradecer, tanto por disfrutar, tanto por ver, tanto por compartir, una vida mìa tan rica en experiencias, sentimientos y emociones. Tal vez solo deba aprender a hacer Ramen asì, en este blog, en mis cuadernos, en cartas, con o sin làgrimas, con o sin alegrìas, sino venciendo cada dìa las sequias y las excusas, gozando las palabras y los contenidos, aprendiendo mas, sacando mas, expresando mas.

(pd. calladito: extraño a la mujer, extraño nuestra vida, extraño los sueños, pero no se lo cuenten a nadie).

martes, 18 de febrero de 2014

Historia de un viaje al río de los pájaros pintados.

Volver, aunque fuese solo por un rato. Allá. A la orilla del río de los pájaros pintados. Como aquella tarde en que escapando del ruido del campamento en Paysandú dejé a los amigos, los conciertos y las toneladas de alcohol tras las cuales había escapado desde la Semana Santa de Montevideo hasta la Semana de la cerveza en el litoral sanducero, huí sola hacia un rincón llamado Pueblo Casablanca donde me habían contado no había nada, solo las ruinas de un viejo frigorífico inglés, fuí hasta allá, sola, huyendo de la ruidosa maraña de adolescentes como yo paridos en una democracia mentirosa y condenados a una dictadura asesina que por aquellos días iba dando sus manotasos de ahogado bajo el aluvión de cacerolazos y primeras elecciones internas para delucidar si siempre sí o no llegaríamos a derrumbar a los milicos e ir a las urnas, entonces yo ya tenía 18 y ejercería mi derecho y obligación a voto, en ese entorno con hilitos de rebeldía me fui buscando al pueblo destruido de Casablanca, llegué en una moto destartalada de un lugareño que gustosamente me recogió en la ruta cuando le hize señas y le conté de mi destino, me dejó en la entrada de las ruinas carcomidas por el pasto desprolijo y las hiedras devoradoras de ladrillos, cruzé un hilito de agua el monte indigena se erguía delante de mi como un muro natural amenazador, como un cartel de no ser bienvenida, quería ver el río, quería ver al culpable del origen de las ruinas sin gente, armada de valor sabiendo de que nadie sabía de mi presencia entre a la maraña de troncos, ramas, lianas, juncos, tupida arboreda devoradora compulsiva de senderos, la luz desapareció no por la hora sino por las sombras del monte, los quejidos del agua comenzaron a escucharse, un olor nausebundo penetró en mis narices, cubrí mi boca con mi sueter, un mar de moscas zumbaba. Allí me detuve. Petrificada observé suspendido en el agua, golpeando en la orilla, poblado de moscas, insectos gusanos un paquete embolsado en plático negro, atado con cuerdas, simulando la forma de un cuerpo humano, del tamaño de un hombre o de una mujer. El olor revolvió mis tripas. El miedo anunció que algo estaba mal, juro que yo ví un cuerpo muerto y entoces pensé en los cadáveres que tiraban desde los aviones los milicos. Me dí la vuelta y sin saber como corrí como nunca había corrido hasta encontrar un claro por donde ver la luz del sol y las ruinas del viejo frigorífico de inglés. Juro que ha sido la única vez en que sentí miedo. Ese miedo con olor a muerte. Corrí hasta llegar a un camino y la suerte, que nunca me ha abandonado hasta hoy, le dió forma al ángel que me sacó del pueblo fantasma y me devolvió hasta donde mis amigos borrachos de cervezas cantaban loas de bienvenida a la libertad. Volver aunque fuese por un rato, allá. A la orilla del río de los pájaros pintados.

miércoles, 12 de febrero de 2014

La tía Rosa.

Mi familia era pequeña. Por ello, supongo que era natural para mí llamar tío o tía a los amigos de la familia. Tan natural como, en su momento, me resultó llamar “papá” a mi hermano, cuando apenas empezaba a hablar…
La tía Rosa era una matrona de cuerpo relleno, generoso. Sus formas suaves y firmes hablaban de una mujer que, en su juventud, debió resultar muy atractiva, y a sus años, mantenía esa coquetería propia de las mujeres de su generación.
Según mi madre, cuando joven, la tía Rosa había sido “ligera de cascos”. Ya grande, creí comprender que ella, simplemente, se empoderó de su cuerpo, y decidió sobre él, como lo hace quien no tuvo nunca la posibilidad de elegir sobre la mayoría de las cosas que atañeran a su vida…
Recuerdo que cuando niña, solía pedirle que me contara historias, de las que tenía un surtido increíble, el que gustaba de compartir conmigo. Sobretodo me contaba de aquel tiempo en que vivía en su tierra natal. En aquella misma época comencé a notar cómo la artritis iba, poco a poco, rediseñando sus manos.
Aún así, su enfermedad no le impidió intentar repasar lo que había aprendido de escritura, y para lo que pocas veces había tenido oportunidad de practicar. Entonces, mientras escribíamos, ella me relataba retazos de sus días. Mi memoria empezó, de esta forma, a guardar, como propios, los recuerdos de una niñez que había sido dura y, muchas veces, hostil.
La tía Rosa era oriunda de Futrono, localidad ubicada muy cerca de Verde Sur, y de niña asistió al colegio del pueblo. Como todos los niños de su edad, provenientes de un hogar humilde, ella caminaba kilómetros, semi descalza, ya fuera verano o invierno, hasta llegar a la escuelita donde estudiaba. Ésta, no era más que una sala, donde se reunían niñas y niños de distintas edades.
Como único útil de colegio, la niña Rosa llevaba una pizarrita, y unos trozos de tiza. Así, todos los días ella escribía y borraba continuamente, sin que le quedara material escrito para releer o repasar.
Y así creció. Así llegó a Santiago, y, así, su destino había quedado señalado. Mujer, sola, con escasa educación no le quedó más que servir.
Fue entonces, en alguno de esos misteriosos recovecos de la vida, que la tía Rosa y mi mamá se conocieron. Era el periodo en que mamá administraba un hotel, y la tía Rosa fue contratada para hacerse cargo de la limpieza. Con el correr del tiempo, ambas se volverían amigas inseparables.
Creo que mamá la quería. A su modo, claro. Como siempre. En cuanto a mí, yo simplemente la adoré. Siempre fue dulce y cariñosa, y el rasgo que más recuerdo era su voz. Una voz suave, preciosa. Grave y pastosa, y con una modulación impecable. Hablaba lindo.
Invariablemente sentí su cariño por mí, y cuando la visitábamos en su casa, lo que era una vez por año, en mayo, para su cumpleaños, ella se las ingeniaba para preparar esos bocadillos que, sabía muy bien, me encantaban.
Siempre supo cómo demostrarme su amor: silenciosamente. Tuvo un tacto y una delicadeza tal, como para que ese cariño estuviera siempre ahí. A mi disposición, pero sin ostentación. Y es que creo ella percibía el celo que mi mamá le tenía por ese vínculo de afecto que nos unía y que crecía año a año, quedamente.
Cuando las cosas en casa se pusieron feas, y a pesar de lo que mamá le contara, a ella y a quien quisiera escucharla; aún en los momentos más complejos que atravesábamos en casa, jamás ella tuvo un gesto de desaprobación para conmigo. Para la réproba hija de su amiga, la tía Rosa jamás mostró un atisbo de enjuiciamiento.
Han pasado casi 20 años desde la última vez que hablé por teléfono con ella. Dada su avanzada artritis, no pudo asistir al sepelio de mamá, y el hijo de la tía se convertiría en el mayor obstáculo para volver a verla…

Hoy, que vivo en estas tierras de Verde Sur; hoy que conozco el rigor que, aún en pleno siglo XXI se puede experimentar en medio de esta naturaleza privilegiada pero agreste, su recuerdo se hace más patente aún, y la admiro. Admiro su fuerza para sobrevivir, su entereza para salir de su tierra, su capacidad para mantenerse íntegra y digna.
Es cierto que toda su vida se me escapa; que la conocí sólo como la tía querendona y dulce. Pero cuando llueve, o cuando corre ese viento inclementemente frío, cuando el rigor del invierno se hace presente, creo ver a lo lejos la silueta de la niñita que ella fue; su pizarrita bajo el brazo y sus cabellos ondulados, desordenados al viento.
No pude despedirme de ella, y a veces creo que de adulta nunca le hice saber en verdad lo mucho que la quise. Pero su recuerdo permanece allí. Intacto. Indeleble, como su voz en mis oídos.













martes, 11 de febrero de 2014

Desde el sur...



Todo es ilusión. No existe el amor eterno.
Aun así perseguimos ese estado perfecto de conexión con la amada, donde descansar, reir y disfrutar el elixir de lavida, mil veces mejor que la mas exquisita copa de vino, que la mas asombrosa vista del bosque lluvioso, aquel genial atardecer frente el mar, mas delicioso que la última piteada del pucho trasnochado, los ojos mojados y la risa complice viendo room in rome, la habitación aquella, creer, creer.
En qué creer.
(Post no depre porque estoy muy feliz en este viaje de belleza alucinante, pero me he "enterao" de que "me han dejao", joder!)




sábado, 8 de febrero de 2014

Supongo que sí…

la-tentacion-dali1 Supongo que sí; que así se erguía ella en las sombras lumínicas de mis sueños; en esas donde sólo podía recrear la memoria de lo querido, deseado, imaginado…
Supongo que su cuerpo, hermosamente desnudo, perfecto en su imperfección, me brindaba ya la lúbrica bienvenida que me habría de abrazar para no dejarme…
Supongo que sí; que me agité como un corcel que no quiere brida pero que se deja amansar… Supongo que sí.
Supongo que, después de todo, mi vida cambió de ropajes para recibirla, para aclamarla, para estrecharla, para seducirla y amarla con la mayor de las simplezas. Supongo que sí…

(Recuerdo del baúl de Athenea-Noviembre 2010. La Tentación, Dalí. Gentileza de www.rasiel.com)

viernes, 7 de febrero de 2014

Desde a-dentro…



En el epíteto de la destreza,
confundida en la gloria del gozo revenido,
vienes.
Vuelves inmersa en la esperanza del porvenir duradero,
de las mañanas eternas,
de los dulces comienzos. 
Y así toda serena tú, en transpiraciones yo,
duermo en tus caderas como cada noche,
fortificaciones óseas y calientes que han hecho de mí,
una hembra.
Entre el confín de estrellas, te sientas y observas…
tantas luchas, tantas guerreras, mientras la madre tierra late,
en diástole profunda y perpetua.
Es así como un buen martes por la tarde imaginamos,
es así que se hace dura la sangre,
se dividen virtudes desnudas y tiernas…
Porque hoy revivimos los votos que en papel guardamos
para quemarlos y de ellos cenizas hacer para abonar
aquellas pequeñas flores del día a día.
Vuelvo a redimir los bordes de paredes blancas,
volvemos a vencer estigmas y caernos llanas,
cálidas, fugaces, serenas, sinceras, animales y rapaces…
Entre la hiedra fructífera y caprichosa somos una,
en la salsa de la vida y el devenir de la maestría,
los segundos se pausan para observar tus ojos, verdes y cristalinos,
selvas profundas de recuerdos constantes,
vivencias eternas de nuestro amor perfecto
aunque sea para otros
un tanto... disonante…