jueves, 23 de enero de 2014

Paz...


Fui adoptada a los 3 meses de edad. Llegué al que sería mi hogar, envuelta en una ropita diminuta y en misterios sin descifrar.
La primera mujer que me regaló sus días fue mi madre biológica, de la que nunca supe nada, salvo que heredé sus curvas y su mirar.
De mi padre, un retrato me devolvió mi propia imagen con gomina y, claro, guitarra bajo el brazo.
La segunda mujer que se fijó en mí fue mi madre adoptiva. Margot se llamaba, y la he mencionado muy pocas veces en mis blogs. Apenas tenues luces, esbozos.
Supongo que fue porque con los años costó conciliar muchas cosas relativas a ella y a nuestra relación. Supongo que, como lo dije alguna vez en un poema, sangré durante mucho tiempo de la herida en mi égida, a causa de mi exilio familiar, pero principalmente del de ella.
Hoy, con más años en los huesos, y el valor del perdón sumado a mi cuenta, no puedo si no ver a la niña que ella fue: la niña asustada y vulnerable ante un padre déspota y autoritario, forzada a lidiar con miles de demonios y fantasmas en soledad, y aliviada esporádicamente por la mano dominada de su madre.
Veo a la muchacha, que, a la usanza de la época, fue forzada a un matrimonio sin amor, con un hombre a su altura social, pero de pequeña estatura mental y emocional. Veo a la mujer que, educada y criada como niñita bien, sin mayor instrumento de supervivencia que su porfía y su orgullo, luchó, finalmente sola, por sacar adelante su vida y, con ella, a sus hijos.
Veo también a la mujer presa de sus incongruencias, inconsecuencias, de sus prejuicios, falsas verdades y venalidad; veo a la mujer dolida con la vida y esperando el amor, amor que llegó a su vida apenas días antes de su muerte...

No busco ya explicaciones, ni siquiera responder, a estas alturas a tantos por qué que quedaron mudos, agarrotados, prisioneros del silencio.
No busco entender lo que, sin quererlo, queda lejos de mi entendimiento.
No busco ya el consuelo porque ya no tengo el dolor.

Busqué paz. Paz para vivir mi vida, entendiendo que el valor o la importancia que uno puede darle a las cosas, las situaciones, los hechos, los dichos, lo que sea, esa importancia impregna todo ello de un poder tal que viene a lastimar; un poder que, llegado el momento, se hace insoportable. Y yo no quiero que nada tenga ese poder. No quiero darle ese poder tampoco a nadie.
Hoy, tengo esa paz. No es una paz perfecta, pero también entendí que la perfección no existe. No al menos en este plano. Tengo ya esa paz conmigo, y con ella me alcanza para el resto por venir.

14 comentarios:

  1. Tengo un nudito en la garganta... y en el alma...
    Abrazo

    ResponderEliminar
  2. Pero por quéee? Si no es malo ese escrito. Es buenito :)

    ResponderEliminar
  3. Las madres hacen lo que pueden, creen, en el equívoco de sus propias vidas a veces. Y si, son niñas heridas y asustadas, que se hacen grandes y juegan a cosas de grandes, como ser mamás. Y a veces no se la pueden, a veces no saben hacerlo, y cometen los mismo errores que otros cometieron con ellos, o errores distintos, pero tambien aciertos. Te (les) contaré algo lindo: yo viví con mi mamá y fue un infierno, salvo cuando me escapaba a mi mente y libros y hacía lero lero... anyway, crecý y ella murió; me costó mucho, años de años, entender estas cosas de las que tu hablas y yo ahora sé, pero el real "perdón"? sucedió hace como dos años el día de la madre. Tomaba té con alguien, y hablabamos del que era el día de la madre, y yo dije, "ohhh nooo, de eso yo no hablo", y mi amiga inquisidoramente dijo, pero cómo, acaso puede ser tan terrible? y yo lero lero, y resumí lo irresumible en unas pocas palabras (no son cosas faciles de hablar). Y terminado mi relato m,e dice, y bueno, tan mal no lo hizo, te crió a ti (me miraba con cara de "media mujer que eres"). La taza donde tomaba té es blanca con una flor roja, desde ese día, es la taza de mi Mamá. Cuando nos hacemos amigas de esas niñas que ellas fueron, cuando podemos por fin hacerlo, somos libres y es tan hermoso no sentir ese enojo, pena, dolor de las cosas que nunca tendrna explicación. Un abrazo grande, hermoso post.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me fui de casa a los 21. En aquellos años (no tantos, pero no tan pocos) esa era la mayoría de edad. Después de unos años a los que llamo "la caída del Paraíso", finalmente me mostraron la puerta de calle y salí. Una mano delante, una mano detrás. Un verdadero pájaro con un pedazo de cáscara en el coco. Salí de allí pensando que nunca más los volvería a ver. Y aún recuerdo el dolor en mi garganta con el nudo profundo y asfixiante que la atenazó.
      Tiempo después, llamé a mi madre y empezamos a contactarnos. Sólo habían transcurrido meses y la miraba de manera distinta. La veía en su humanidad maltrecha y envejecida. Ella, la mujer siempre espigada y energética, se mostraba ante mi ahora como la mujer mayor (mucho mayor) que era en realidad. Fue cuando acepté que ella nunca cambiaría y que yo no tenía más que 2 caminos: apartarme para siempre o aceptarla como era. Y si yo esperaba que me aceptara tal cual era y me amara así, no podía sino elegir precisamente ese camino. Aceptarla tal y como era.
      Muchos años después, me visitó en casa. La primera y única vez que lo hizo. Conoció a mi pareja. No tuve necesidad de decirle que lo era. Cuando bajamos a que tomara el taxi, me miró y me dijo "Estoy orgullosa de ti. De todos mis hijos, eres la única que ha sabido hacer su vida". La miré, la abracé y nos despedimos. No volvimos a hablar de ello. Supongo que a su modo, había dicho todo. En ese momento, a mis 28 años, comencé mi proceso personal de búsqueda de esa paz de la que hablo. Todo este periplo para responderte que es verdad. Madres, padres, hijos, hijas. Todos hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Y siempre, siempre hay alguien que tiene que ceder. Y en ese ceder, que se avisora como una pérdida, a veces llega una ganancia.
      (Esto casi fue un post por sí sólo!!!!) Te abrazo, y gracias,

      Eliminar
    2. Alguna vez entu casa en Santiago me contaste parte de tu historia. Te abrazo amiga, ya todo pasó.

      Eliminar
    3. Precisamente. Ese es el punto exacto. El cierre.

      Eliminar
  4. Mi Athe, el escrito está muy lindo, sip, pero pude ver tus ojitos de niña escribiéndolo... Y lo que vos dijiste Santorini me dejó pensando... Otra de las tantas cosas por las que estoy hoy en mi pueblo, es creo yo para llegar a ese punto que tu dices... hacerme amiga de esa niña que fue y es mi mamá y así, liberarme y liberarla...

    ResponderEliminar
  5. Mi Gudaí querida... Me refería a bonito en cuanto a la liberación precisamente. No ser esclava de nada, ni siquiera de los recuerdos. Que éstos existan, nadie puede evitarlo, pero que sean libres y sin carga, eso es trabajo de cada uno.
    Y como le dije el otro día en su post, la clave es la llave :) Un beso y un osito :)

    ResponderEliminar
  6. Estoy segura que al lanzar este post a la red, más de una persona podrá identificarse o encontrarse en el. Gracias por compartirlo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu comentario Vic. Y como dicen por allá en Gringolandia, every face tells a story :) Un abrazo, Athe

      Eliminar
  7. Gracias por compartir el post, pienso en ello diariamente y he encontrado la paz desde hace unos años gracias a tener dos madres :) un abrazo y mil más...

    ResponderEliminar
  8. El tiempo y lo que vamos viviendo en el camino nos ayudan a desprendernos de las heridas. A veces el camino es largo, otras no tanto. Al final, lo que importa es el camino hecho y la perspectiva que eso nos da. Un abrazo y gracias por leerme.

    ResponderEliminar