jueves, 16 de octubre de 2014

Paz


He pasado por aquí y sin pensarlo, planearlo, ni saber que decir, me he puesto a escribir.
La vida está siendo magnifica casi sin razones, o si.  Vivir en un depa. que me parece lindo, lindo, lindo, tener estabilidad, tranquilidad, salud, sin grandes o pequeños dramas de ningún tipo, supongo que todo eso da para agradecer.  Paz, soledad, tratando de no perder lo ohm que me dejó el tiempo de detención....
Cuando volví a la real life estaba lenta, pausada; nada me apuraba, nada me molestaba o influía realmente, y el stress no me tocaba; ahora, de a ratos, amenaza con darme pequeños zarpazos, pero no lo dejo, me arranco, hago lero lero y digo, no vale la pena.  Hasta que me encuentro en micrito bajando after pega y no se detiene en la parada cuanto tocan el timbre, y le gritan al chofer porque la gente quiere bajarse, y nada! amenaza el hombre conque "le hará tira la puerta" y nada, sigue su marcha; yo voy muy sentada y cómoda, pero como me ha dado por andar de justiciera, le tomo una foto a la patente que está arriba de las ventanas para poner un "nuevo" reclamo en twitter; finalmente, muchas cuadras después, la f.. micro para, y para sorpresa mía, porque no iba pescando, todos empiezan  a bajarse; el hombre (o tal vez era mujer) le rompió una ventana (o algo, eso dicen) a la micro y hay una pelea delante que no alcanzo a divisar.  Cuento corto, me bajo, me subo a otra y a casa.  Cosas como esas, que ya son la tónica, le hacen ruido a mis días.  Y si, tuve que recordar que antes vivía a poquitas cuadras de la ofi, y claro, demoraba minutos en llegar; me saltaba las esperas, las micros repletas, los olores, el frío, todo.  Y eso fueron 6 años.  Antes de eso, tenía auto, y eso por hartos años antes.  Así que en resumen, hacia mucho tiempo que no andaba en micrito por tanto tiempo, y juro que antes esto no era así, el hacinamiento está atroz.  O acaso yo era mas joven y no me importaba tanto? no creo.  Miro las calles repletas de gente y es como que todo el año fuera vísperas de navidad; intento caminar por Provi y de a ratos son mareas de gentes con las que me cruzo.  La cuidad me perturba, querría vivir muy lejos de acá, nunca me gustó cuando volví hace mil años, y nunca ha terminado de gustarme.  Y bueh, nada, el trabajo me encanta, no así algunos/as individuos ruidosos de mi entorno, gente sin generosidad por el resto, y pienso, me fui, volví, y nada realmente cambia, y eso, aunque hubieran pasado años.  Este pequeño retiro me cambió heavy.  Si bien perdí el tiempo como si fuera para siempre, porque no hice nada productivo, algo cambió en mi, de verdad.  Me puse a planear el presente y el resto de la vida, disfruto cada cosa y vivo el hoy, tengo amigas geniales y con las que hablo siempre y me reuno a cada rato (si, salgo, vienen a casa, estoy siendo un ser sociable!), voy a talleres, aprendo y aprendo (sueños, arcanos, la vida), tengo un mini huerto sobre la secadora al que le da mucho sol, y este finde plato albahaca; tengo una hija-gata que se ha convertido en una amiga que me regala amor, y que solo quiero hacer cariño y consentir de mil maneras, tengo muchos pequeños mini-proyectos para la casa, para mi, me alimento mejor, disfruto sobre todo la luz y los espacios de mi home.  Todo ha cambiado, han pasado tantas cosas y no ha pasado nada en realidad. Que me falta? nada, lo que sea ya viene, y eso será presente, hoy no es tema.
Las extraño mujeres, vengan a dar una vuelta por acá, abrí ventanas y desempolvè los cojines, traje flores, panes y vinito, por si se animan.

domingo, 6 de julio de 2014

La tinta con sangre entra…

niñita
Durante años me costó asumir que había sido abusada. No es algo que uno quiera confesar. Por otro lado, cuando se es niño o incluso adolescente resulta algo difícil de identificar, sobre todo cuando el abuso proviene de la propia familia. Más aún si quienes te abusan son tus padres.
Y es que uno suele asociar el abuso con extraños, y esa es una trampa. Una de las tantas que encontramos, porque a medida que el tiempo transcurre, uno escucha voces que te dicen que esas son cosas en las que uno no debe pensar, que hay que dejar el pasado atrás; que, al fin y al cabo, podría haber sido peor…
Mi madre fue educada en un hogar en el que los padres no podían ser juzgados por los hijos, ni por nadie más. Sus acciones no podían ser puestas en entredicho, así fueran poco ortodoxas. Un lugar donde no había espacio para debatir o emitir una negativa o una queja.
Ella vivió y sobrevivió al sistema. Ella fue abusada por mi abuelo, quien fue inflexible estableciendo su patrón de hierro. Y mamá nunca dejó de recordar con dolor que, la sola vista del abuelo le producía horror, por lo que se escondía tras las faldas de la abuela.
Como sucede con muchas personas, la mamá no pudo sustraerse a lo aprendido y lo aplicó con sus hijos, repitiendo así el modelo.
Así, mi vida se debatió entre el abrazo tierno y devoto, y la voz grabada a fuego.
Como todo niño busqué métodos de evasión a la sensación abrumadora que crecía en mi pecho y para la que no tuve nombre si no hasta hace muy poco: frustración.
Ser tratado como un adulto cuando se es un niño es complejo. Los niños no tienen los códigos ni la experiencia para saber de qué se trata lo que están viviendo, lo que están experimentando. No saben qué es lo que el adulto pretende. Sólo intuye lo que quiere. En mi caso, tempranamente me di cuenta que la sumisión era la clave.
Crecí siendo sumisa. Siendo la niña que hacía lo que el resto esperaba que hiciera. Sin mayor voluntad, ni mayor idea del entorno más allá de las paredes de mi hogar. No por estupidez. Sólo por abstracción. Me volví una experta en ello, y la lectura y la música fueron mis aliadas y mi refugio.
Mi falta de contacto con los de mi edad no me permitió adquirír las herramientas y habilidades sociales que los niños suelen adquirir, y me convertí en una inadaptada viviendo una adultez prematura que no me correspondía, saltándome así todos los episodios naturales y las experiencias que todo niño vive. Esa sensación de inadaptación alimentó mi timidez, y mi recurrencia al silencio y la abstracción aumentaron. Vivía en las nubes.
Pero en medio de mi pecho esa frustración alimentaba otros sentimientos: rabia y angustia.
Y supongo que tenía que buscar el modo de desahogar un poco de ambas, por lo que a los 13 años, tuve mi primer acceso de rebelión. Me hice cortar el pelo, dejando así, de una vez por todas, la coleta de niñita eterna que me caracterizaba.
Mi segunda rebelión, aún sin saberlo, fue seguir, por primera vez mis instintos y besar a la chica que me gustaba. Tenía 14 años y no sabía que tras esta experiencia, volvería, a la fuerza, a mi antiguo estado de sumisión.
Cuando en casa se enteraron de mi romance, y cuando finalmente mamá pudo enfrentarme, lo único que articuló fue una pregunta. Es que acaso te gusto yo?
Aquello fue una bofetada en medio de tanta confusión, en medio de ese no saber nada, en medio del miedo de no querer reconocer, entre otras cosas, que si me gustaban las chicas no sería la niñita “comme il faut” en la que la mamá había puesto tanto esmero en educar.
En ese instante, frente a ella, los recuerdos se agolpaban en mi cabeza, mientras la miraba entre incrédula y sorprendida, y por qué no decirlo, asqueada también. Era impensable mirarla con otros ojos que no fueran los de una hija a una madre. Cualquier otra cosa era descabellada y enfermiza.
Recordé entonces cómo a mis 9 años, y mientras me hacía cariño, ella sujetó mi rostro y me besó “para que supiera cómo hacerlo” cuando llegara el momento.
Cinco años después de ese episodio no había logrado olvidar la sensación de rechazo que aquello me produjo. Cinco años después, estábamos una frente a la otra. Ambas alteradas, por distintas razones.
Los recuerdos seguían agolpándose en mi mente, y me hacían temblar… Mis nalgas amoratadas; sus palabras sarcásticas; sus silencios de días enteros, en una ley de hielo que pretendía “hacerme razonar”; mi rabia por no poder responder; su imposición brutal y silenciadora.
Y aun así, en ese instante mi único pensamiento era que ella ya no me querría más, que nunca, nunca ella me perdonaría.
Ese mañana, hui de casa. Sabía bien lo que se venía y no me sentía capaz de soportarlo. Mi aventura duró poco. Mi hermano me encontró y me llevó de regreso a casa. Lo que vino después fue tal cual lo había pensado.
Pero también los adolescentes se adaptan para sobrevivir, y yo ya había aprendido lo principal: someterme sin chistar.
Así, el primer amor de adolescente quedó atrás. Me sacaron del liceo en el que estudiaba, y para justificar el cambio, mi madre comentaba que me habían expulsado por “mi comportamiento”. Años después supe que nunca me expulsaron.
En casa adopté nuevamente mi postura silenciosa, y acepté que mamá trajera a cuanto chico le parecía bien. Sin duda, alguno de ellos lograría hacerme olvidar esta fase mía.
Una mañana, un ex compañero de básica, me llamó. Ella contestó el teléfono, y al reconocer quien era, solícitamente lo invitó a tomar el té esa tarde. Sería muy bueno volver a verlo después de tantos años. Apenas el chico llegó, mamá nos dejó a solas.
En ese momento entendí su estrategia. Al hacerlo me sentí usada, subastada, y con ello mi rabia, en silencio, siguió creciendo.
Pasaron los años y seguí jugando a la existencia alegre y despreocupada. Las vacaciones frente al mar; el dinero para comprar lo que quisiera. Nada me faltaba en ese acuerdo silencioso. Yo sólo debía ser comme il faut.
Mamá nunca quiso que fuera a la universidad. Todo un contrasentido para una mujer que había hecho todo lo posible para cultivar a su hija. Y justamente por eso, porque mis notas eran buenas, y había tenido un muy buen puntaje en la prueba, podía elegir la carrera que quisiera. Me había preparado para Medicina Veterinaria, pero había olvidado un detalle. Las niñas no pueden andar metidas en las patas de los caballos ni de las vacas. Así es que, a la antigua usanza, estudié un idioma. Todos felices. Incluso yo. A esas alturas, no se trataba de estudiar. Para mí se trataba simplemente de salir de casa.
Y así salí al mundo. Así me volví consciente de mi persona, de toda mi dimensión. Ese día comenzó mi recorrido por esta vida.
Poco después, a mis 21 salí de casa. Expulsada. Con lo puesto y mi cama a cuestas. Se acabó la universidad, pero no me importó. Sólo seguí adelante.

Tal vez la tinta con sangre entra. Si me lo preguntan, no lo creo. Como fuera, a esas alturas mi promesa era clara: no seguir el patrón. Por eso, si la tinta había entrado, con mi misma sangre esa tinta ha sido limpiada, en años de un trabajo diario; de un trabajo de hormiga. Deconstruirme, destruirme a veces, para volver a crear. Para volverme a crear, para volver a comenzar… Sin duda, un trabajo de todos los días.
 

A ti…
Gracias por haber compartido mis fantasmas, mis temores, mis falencias.
Gracias por aceptarme como soy. Por ser mi apoyo constante, y por hacerme saber que no necesito ser de un modo particular para ser amada.
Gracias también por acompañarme en esa maravillosa aventura que ha sido aprender a ver y a querer lo bueno que hay en mí.

jueves, 22 de mayo de 2014

   

Y la ciudad no es otra cosa
que esa esquina,
donde cae la lluvia.
Donde apenas amarillea la luz,
y el vapor que resucita
o quizás está despertando,
para irse lejos.
Y la ciudad que protege, 
ciertas veces...
tantas otras desguarece
y nos deja,
siendo apenas humo, rastro,
pequeñas señales de paso.
Donde se estuvo,
se esperó y... 
se creyó ser y consistir.
El cruce de caminos,
la esquina.
Ese punto de desencuentro
como líneas en fuga...
que solo se han rozado
en la carrera hacia allá.
El allá lejos,
más allá
nunca más.
Y así la esquina,
la calle y la vereda.
La luz y la polilla
que danza locamente
hasta caer
mientras  todo corre,
el agua , el tiempo
la gente.
 
 
Me demoré, pero acá estoy. Compartiendo algo con todas uds. Un beso

lunes, 5 de mayo de 2014

La mujer del Uruguay.


Ella tiene piel de ave, piel de ángel. Suave y cristalina. Su piel recuerda su origen: el país de los pájaros pintados…
Su voz en mis oídos suena como la caricia más profunda de la que no quiero alejarme nunca.
Cuando me miro en sus ojos me reconozco, y pertenezco allí, donde su mirada se pose.
El abrazo de su cuerpo es el abrazo de la eternidad. El momento perfecto en donde soy yo con ella en el universo.
Su palabra es mi inflexión, mi momento de paz, de conciencia, de reflexión. La comprensión de mi misma.
Mi palabra es su nacimiento en mi ser, en mi conciencia, en el espíritu que se me puebla de a dos.
Ella me da la sustancia, el cauce, la tranquilidad. Me da vida, alegría, risa y calor.
Ella es mi vibración perfecta y su nombre mi mantra. Ella es mi sed de justicia, mi razón para amar porque sí.





domingo, 6 de abril de 2014

como mi propia vida

Los Caracoles. Cordillera de los Andes. Cruce entre Argentina y Chile. ©guidaí

Ese paisaje no fue casualidad, sino el fiel reflejo de mi vida en aquel instante. No podía cruzarlo con nada en mis espaldas; ahí solo se admite pasar liviano. Me pedía soltar y empezar de nuevo. Atrás quedaría todo.
La cordillera comenzó a perderme en su vericuetos y me dio solo un breve tiempo para aligerar mi carga. Me desprendí de lo que pude, de viejas estructuras, de malos entendidos y de algunos miedos. Y finalmente crucé, de este a oeste.
En ese instante todo era nuevo, todo era luz, libertad, ganas y fe. Me recuerdo con un título univesitario en la mochila, una maleta, una sonrisa y dos pesos flacos en el bolsillo. Ya no había apuros, todo volvía a empezar en un nuevo escenario.
Mi corazón latía rápido, ansioso, lleno de adrenalina y de susto, pero feliz y sobretodo libre. Y sobrevolaban varias preguntas. Dónde está el límite entre huir y no saber vivir en un solo lugar, de una sola manera? Dónde empieza uno y dónde termina el otro? Dondé está el límite entre aceptar desafíos, sin estructuras y saltar al vacío sin red?
Al pie de las montañas mi viejo yo quedaba atrás. Y sentía. Sentir puede transformarse a veces en un milagro.
Subía, subía, hasta los tres mil quinientos metros de altura. Allí estaba la frontera. Sellar pasaporte y a correr. A bajar. El futuro elegido estaba ahí. Aún recuerdo una sensación de libertad que me emociona.
El paisaje inundaba la mirada, erizaba mi piel. Tenía algo maravilloso por delante. Mi propia vida.


lunes, 31 de marzo de 2014

Lola



 Mañana serán 60 días sin caminar. Mañana serán 28 días sin salir del depa. Mañana serán 22 días desde la última vez que me escribió. Mañana serán 12 días desde que la saqué de Whatsapp. Mañana serán 9 días desde que la borré del teléfono.

Cada día pienso menos en ella...y màs.

La rutina del placentero encierro me está rompiendo las bolas.
Me encanta estar sola, es mi habitat natural, sin "tener" casi que hacer absolutamente nada.
Ir como en el enterprise, en la cabina de mando, mirando a través de pantallas el mundo pasar, la vida pasar, la vida como la hemos conocido, en esa profundidad de la que huyo y ahora me doy cuenta.
Pasar las horas haciendo granjas inventadas, con la ternura de una "yo" pequeñita vestida de vaquera, plantando, regando, haciendo cakes, jugando, jugando como una niña pequeña; ordenando mi escritorio clasificando fotos muchas muchas, las mías, las de mi gente (ella mirándome a los ojos), imágenes tomadas con el cel, imágenes tomadas de la red, papeles, temas; de las poesías que encuentro en las historias de los blogs, como un molòlogo-diàlogo de mujeres lesbianas que aman, que están en una montaña rusa creyendo que caerán, de chicas enteras y pausadas que toman los lutos escarbando en los cajones; un rato de house of cards, otro de how i meet your mother, pedazos casi no oídos de teleseries brasileñas, otros largos largos ratos en documentales increíbles de religión, de cómo está el mundo manejado por gentes que se llenan los bolsillos tomado de transpiración, hambre y más hambre de niños y mujeres perdidos en lugares remotos; leer historias, videos, de nuestro propio once de septiembre de la mano de Enrìquez, Jara, Parada, no entendiendo la crueldad de que es capaz el hombre....

Y dan ganas de gritar, gritar muy fuerte, aullar y llorar con ellos, salvándonos, sabiéndonos parte de una hermandad cósmica donde unas cuidamos a otras, cada una en nuestras naves, viajando por los días de nuestra vida buscando luces de aquellos que nos importan, haciendo señales con los dedos en los teclados.

Pero no está, el abrazo no está, y es como se debe sentir querer otra piel y otra tibieza anudada a la mía. 

Y no me importa, porque es el tiempo de abrazarme a mí, de ordenar mis tableros, jugar a la vida real.
Leo, escribo, no estoy sola, hay miles allá, que nos tenemos, aunque sea a algunos años luz de distancia y tiempo. Mi precioso enterprise navega los tiempos con preguntas, con ventanas que se abren a descubrir respuestas, corre, lola corre hacia donde los pensamientos encuentren la sabiduría, y no sigas perdiendo el tiempo con la emocionalidad de las tristezas, porque en esos campos solo se siembra sequedad.  Huyo, corro, corro, de lo prefabricado, lo sin imaginación, lo indecente, lo sin integridad, lo inhumano, lo que da asco, lo que me contamina, lo que no me merece, lo que no tiene cojones para mirarme a los ojos, y lamo mis patas pidiendo por un mundo mejor.

viernes, 28 de marzo de 2014

Cadena de piel


Recorre caminos precarios

usados por cabras grises de monte,

a veces se traslada a parajes silvestres,

como el vuelo de mariposas en recreo…

en el enigma del día a día

y el resplandor nacido de tardes silentes.

Va el corazón encadenado al pensamiento

sobre la huella de la sangre de lejanos humanos,

camina lento diestro de madre,

hereje de padre por tener ya tantos…

La suplica viene del universo

que intenta intentar lo intentado,

que huye en momentos del grito vago

mientras huele a azufre quemado.

Se unen los manantiales de letras,

acordes discontinuos de pasiones

que cortan en segundos la cadena,

sangra la mente y el corazón se hace llaga.

El rito comienza en la perseverancia descalza

llena de anhelo y energía,

plexo de ardua cobardía vencida.

Hemos de socavar nuevamente el túnel,

dejar fluir la savia primaveral que llega

cuando las argollas frías se hacen carne,

piel recolectada de susurros en oídos,

de hembras vivas, palpitantes

y danzantes.